Dicen los psicólogos que la incertidumbre es una parte natural e inevitable de la vida, ya que hay muy pocas cosas en ella que realmente podemos controlar; cuando crees que las cosas te van bien, al día siguiente ocurre algo imprevisto que echa por tierra tu estado de ánimo, tu seguridad o tu motivación, ya sea porque pierdes tu puesto de trabajo, caes enfermo tú o un familiar cercano o te sube la cuota de la hipoteca y se ponen en riesgo tus planes vacacionales del próximo verano.
Así son las cosas y no vamos a evitar que sucedan (al menos del todo), por mucho que queramos. Lo que sí podemos hacer es intentar entender las causas que las provocan, tratar de aliviar sus efectos con la adecuación de nuestro comportamiento o simplemente estar más preparados para cuando las situaciones difíciles vuelvan a ocurrir (que ocurrirán).
El temor a lo malo desconocido siempre ha sido más poderoso que la ilusión a lo bueno por conocer.
El 22 de octubre de 1962 el presidente Kennedy se dirigió a su nación por televisión para informar de que, tan solo a 90 millas de suelo estadounidense, se estaban construyendo instalaciones destinadas al despliegue de misiles nucleares soviéticos.
La unión Soviética llamó a aquel plan secreto “Operación Anádir”, y no se limitaba a misiles, también contemplaba el despliegue de cazas y bombarderos, además de una división de infantería mecanizada y una base de submarinos nucleares. Se trataba de un movimiento estratégico destinado a proteger las costas cubanas de un nuevo intento de invasión después del fracaso de Bahía de Cochinos en 1961, protagonizado por exiliados cubanos bajo el patrocinio de EE. UU.; aunque también se trataba de una respuesta por la instalación de bases de misiles nucleares en territorio de Turquía, país fronterizo con la Unión Soviética.
Aunque el presidente Kennedy intentó mantener una expresión de serenidad frente a las cámaras, no podía ocultar su preocupación por una situación que le empujaría a tomar decisiones muy peligrosas que pondrían al mundo en un serio riesgo de una guerra nuclear, con lo que ello supondría.
Su mensaje fue claro y contundente: “Cualquier misil nuclear lanzado desde Cuba contra cualquier nación del hemisferio occidental será considerado como un ataque lanzado por la Unión Soviética contra los Estados Unidos, requiriendo una respuesta completa contra la Unión Soviética».
Durante los días siguientes la tensión llegó a un nivel en el que el choque entre las dos potencias parecía inevitable, lo cual provocó una enorme preocupación mundial.
El 27 de octubre, las fuerzas soviéticas instaladas en la isla, presionadas por el gobierno cubano, activaron las defensas antiaéreas y derribaron un avión espía U-2 estadounidense con el lanzamiento de un misil tierra-aire cuando sobrevolaba la zona oriental de la isla, lo que contribuyó a elevar aún más la tensión.
La incertidumbre generó en pánico y los ciudadanos norteamericanos empezaron a preparar refugios y a hacerse de víveres ante un escenario que cada vez se veía más cercano y apocalíptico.
Ese mismo día, ante el temor de que la situación se descontrolara y que los militares cubanos decidieran forzar una acción suicida contra los EE. UU. que arrastrara a los soviéticos, Jrushchov hizo llegar en secreto a Kennedy una propuesta para rebajar la tensión y negociar un acuerdo. En ella, los soviéticos se comprometían a desmantelar las instalaciones de misiles a cambio de una garantía formal y pública de que EE. UU. no realizaría ni apoyaría una invasión de Cuba en el futuro. Además de esto, se deberían desmantelar las bases de misiles nucleares desplegadas en Turquía.
Durante las horas siguientes, los diplomáticos estadounidenses y soviéticos mantuvieron en secreto intensas negociaciones, hasta que, en la madrugada del 28 de octubre, Kennedy y su gabinete accedieron a aceptar la oferta de Jrushchov, algo que no gustó a Castro cuando al día siguiente del acuerdo fue informado de ello, ya que esas negociaciones se habían realizado a espaldas de él, dejándolo como una mera comparsa ante sus ciudadanos.
A raíz de la situación que se había sufrido durante aquellos días, hubo una serie de consecuencias positivas y negativas: la muerte del piloto norteamericano del avión U-2 derribado, el incremento de los conflictos políticos e ideológicos entre las dos partes enfrentadas; la creación del conocido “teléfono rojo”; una línea de comunicación directa entre la casa Blanca y el Kremlin destinada a facilitar las gestiones diplomáticas y evitar llegar a situaciones de riesgo nuclear; un deterioro de la confianza entre cubanos y soviéticos por la traición de estos al negociar en secreto un acuerdo con los estadounidenses, y una mayor concienciación de la sociedad ante el riesgo de un conflicto nuclear del que se evidenció que nadie podría escapar de sus consecuencias letales, algo que posteriormente ayudaría a establecer los primeros movimientos de distensión entre las potencias ante la presión social.
Esta es la historia de una angustia global compartida ante una situación de incertidumbre que afectaba a todo el mundo y que, como pasa en la inmensa mayoría de los casos, no era resultado de una decisión tomada por alguno de los 3.000 millones de personas que habitaban el planeta en 1962. Esa situación no tenía nada que ver con sus ambiciones individuales, sueños, actitudes o tomas de decisión ante las circunstancias particulares de cada uno, sino que les vino impuesta por circunstancias ajenas a ellas y que no podían controlar.
Han pasado más de seis décadas desde aquello, y aunque en estos momentos no hay una crisis que aparentemente pueda generar un holocausto nuclear la semana que viene, la sociedad sigue viviendo presa de la constante incertidumbre que la rodea.
Ahora somos 8.100 millones de personas en el mundo, vivimos y sufrimos la globalización y disfrutamos de las ventajas de un desarrollo tecnológico exponencial que supuestamente nos facilita la vida y nos aporta bienestar; sin embargo, la sensación de inseguridad que produce la incertidumbre parece permanecer por multitud de razones: por la economía, por la salud, por las relaciones sociales, por sus finanzas o por el trabajo.
Por si eso fuera poco, tendemos a alimentar ese temor nosotros mismos cuando nos dejamos llevar por conversaciones negativas y pesimistas sobre la situación general. Parece como si entráramos en una competición para ver quien es capaz de meter más miedo al escenario con hipótesis sobre lo mal que está todo y sobre las malas nuevas que aún están por llegar.
Lo curioso de todo esto es que hay quienes parecen estar cómodos en esa situación e incluso necesitan mantener su alma en vilo de manera constante, como si eso les activara la adrenalina y les provocara una especie de satisfacción. Están como enganchados a su preocupación y necesitan ver que los demás asienten con la cabeza aprobando la expresión de sus temores y su descenso al pánico, o incluso se les unan solidariamente.
Lo que no deberíamos hacer es obsesionarnos en exceso buscando la manera de controlar lo que tenga que pasar en el futuro para intentar evitar las consecuencias negativas que esas situaciones puedan traer consigo, porque puede ser una pérdida de tiempo y energía. Como decía antes, no podemos tener control sobre todo lo que pueda suceder, más allá de intentar lidiar lo mejor posible con ello.
El determinismo es una doctrina que sostiene que la vida está “determinada” por circunstancias que escapan al control humano, de tal forma que nadie es completamente responsable de las cosas que pasan ya que hay condicionantes casuales previas, por encima de ese control, que comprenden aspectos biológicos, ambientales, psicológicos o incluso culturales, entre muchos otros. En otras palabras, el resultado de nuestras decisiones está vinculado a esas condicionantes previas de causalidad, por lo que la influencia que podamos tener en su resultado siempre será necesariamente limitada, aunque la responsabilidad de nuestras decisiones individuales sea completa.
Por otra parte, tenemos el azar; otro concepto que plantea la existencia de acciones o situaciones que no vienen dadas por una causa o condicionante previa; simplemente las cosas ocurren sin una explicación. Esto implica que no hay posibilidad de prevenirlas y que, por tanto, no se puede asociar una responsabilidad moral a la persona por una decisión o acción que supuestamente la ha desencadenado.
El libre albedrío y la elección son componentes de la existencia humana. La elección sólo deja de ser elección una vez que se hace una elección.
William James
Sea por determinismo o por azar, la mayoría de nosotros tendemos a la necesidad de sentirnos seguros, de prosperar y de tener una mejor calidad de vida. Para avanzar hacia ello, un primer paso necesario es definir unas metas claras, pero sean cuales sean esas metas, hay que estar preparados para afrontar la incertidumbre que nos acompañará en ese camino, pero no para evitarla, ya que eso es imposible.
Por lo tanto, no tiene sentido obsesionarse por controlarlo todo, puesto que no podemos hacer mucho por evitar que las circunstancias sean condicionadas por fuerzas ajenas a nuestras decisiones y acciones; lo que sí podemos hacer es encarar lo mejor posible sus consecuencias, aceptando la inevitable incertidumbre del entorno como parte del decorado y enfocarnos en el fortalecimiento de nuestras capacidades para poder conducirnos a través de ella.
En ese objetivo puedo sugerirte algunos enfoques…
El primero es el desarrollar una actitud positiva y resiliente. Se trata de adquirir fortaleza para afrontar las dificultades y saber adaptarse a la adversidad.
Como he comentado antes con respecto de las consecuencias que trajo la crisis de los misiles cubanos, incluso de las situaciones más graves se pueden obtener lecciones valiosas para mejorar. Es en los momentos peores, cuando creemos que estamos al borde del precipicio, es cuando hay más posibilidades de que el desarrollo de nuestra fortaleza y resiliencia avance más. Si te preparas para ello, claro está…
El segundo es la práctica de la meditación y el mindfulness, que no son lo mismo, aunque lo puedan parecer. El mindfulness es más bien un modo de vivir; mientras que la meditación sería una parte integrante de ese modo de vida.
En cualquier caso, ambos conceptos buscan mejorar la calidad de vida de las personas desarrollando y fortalecimiento la plena conciencia para lograr prestar atención a lo que sucede en nuestro alrededor. Se trata de estar atento a lo que hacemos, evitando que nos afecten otros factores, como los problemas, sus causas o sus consecuencias.
No estoy hablando de creencias religiosas o místicas; esto de aprender a meditar, a tratar de tener un cierto autocontrol de nuestros pensamientos y a ser más conscientes del momento y del lugar es algo que se lleva haciendo milenios en diferentes culturas y cualquiera puede ponerse a ello; cuando comas algo que te gusta y te tomes un cierto tiempo para disfrutar de su olor y de su sabor, o cuando te sientes debajo de un pino mirando hacia el Oeste para disfrutar de una bonita puesta de Sol. Cualquier momento es bueno para practicarlo.
Más cosas…
Sobre las metas; decía antes que hay que plantear unas metas claras para empezar, pero esas metas tienen que ser realistas. Visualízalas de vez en cuando, ya que eso te ayudará a mantener la motivación.
Por ejemplo, una de mis metas ha sido el escribir mi primer libro; algo que estoy haciendo en estos momentos. Cada día pienso en ello y me imagino cómo me sentiré cuando lo acabe. Eso me da energía para continuar y tener la mente enfocada en cosas positivas. ¿De qué me sirve pensar que mañana pueda ocurrir cualquier cosa que me impida seguir escribiendo? Simplemente no pienso en ello, ya que no me aporta nada positivo,
Precisamente la práctica del pensamiento positivo es otra de las costumbres que debes entrenar. Si nos ponemos a pensar en negativo desde que nos levantamos, te aseguro que acabamos amargados y anulados. Y esa es una práctica que no se adquiere con facilidad…, hay que establecer unas pautas de conducta en nosotros mismos; no permitirnos que nuestros malos pensamientos tomen el control.
Recuerdo a mi padre cuando se negaba a ver películas tristes o dramáticas en la televisión. Él decía que para dramas y problemas ya tenía bastantes cada día, así que prefiería las de aventuras o las de comedia, se echaba unas risas y disfrutaba del momento. Era su forma de mantener a una cierta distancia el desánimo.
Esto tiene que ver con la cuestión de la inteligencia emocional. Hay que mejorar las habilidades para reconocer tus emociones, mantener la calma y la estabilidad en los momentos difíciles.
Esto es fácil de decir y todos sabemos que saber controlar nuestras reacciones, sobre todo las más impulsivas, es algo positivo; pero resulta todo un desafío para nuestro carácter. Si Kennedy hubiese sido una persona impulsiva y con mínimo autocontrol, posiblemente no habría dudado en apretar el botón rojo y habríamos regresado a la edad media.
Hay muchas otras prácticas que son útiles para no dejarse llevar por la incertidumbre y mantener el foco en lo que realmente importa y podemos controlar. Las iremos viendo más adelante.
Miguel Ángel Beltrán
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