El respeto a Capone y la crítica a Calígula.

Al Capone dijo algo así una vez : «He dedicado buena parte de mi tiempo a dar a los demás una vida placentera de agradables momentos y todo lo que recibo son insultos; soy un hombre perseguido por la incompresión y la injusticia».

Este peligroso gangster, considerado a primeros del siglo XX como el enemigo público número uno en EEUU, hizo un auténtico negocio con el contrabando en el Chicago de los años 20 durante la ley seca, utilizando medios violentos bajo el amparo de la corrupción política y policial de la ciudad.

Ganaba el respeto de los demás a través del miedo;  mientres disfrutaba con el reconocimiento y los aplausos de los que le rodeaban, en parte provocados por su falsa imagen de benefactor público, ya que solía hacer donaciones a organizaciones benéficas con el fin de cubrir sus actividades criminales con una espesa capa de azúcar glasé. La realidad es que ejercía el crimen organizado, y la orden de palizas y asesinatos de oponentes llegó a ser algo habitual, mientras parte de la población lo veía incomprensiblemente como un referente preocupado por el bienestar ciudadano.

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En la antigüedad, el imperio romano también se consideraba por muchos como el pilar moral y cultural del mundo conocido hasta entonces; una luz que iluminaba a los pueblos, los cuales iba conquistando por medio de la masacre primero y de la reconstrucción después, para la que imponía un control dictatorial liderado a veces por auténticos déspotas que manejaban aquel inmenso poder con mano de hierro y gran crueldad.

Un ejemplo de esos déspotas fue el emperador Calígula, quien ha sido descrito a lo largo del tiempo como un psicópata narcisista. Como buen dictador egocéntrico, gustaba de ser alabado por su pueblo como un dios; así se mostraba él y como tal era considerado, gustase o no..

Según las crónicas, Calígula sufría grandes problemas de insomnio, por los que a duras penas era capaz de dormir más de dos horas en noches interminables. Pero eso no le impedía disfrutar de sus famosas fiestas y orgías, en las que desplegaba unos niveles de perversión que fueron también descritos posteriormente por las narrativas históricas.

De hecho, a raíz de aquellos excesos, Calígula cayó en la enfermedad y pasó un largo tiempo postrado, algo que casi le cuesta la vida. Sus incondicionales rezaron diariamente por su salvación, ofreciendo todo tipo de ofrendas y promesas a los dioses por la salvación de su emperador.

Finalmente consiguió recuperarse y esquivar a la muerte; un trance que, lejos de hacerlo reflexionar sobre su vida desenfrenada, deformó aún más su carácter hasta el punto de que, cuando se recuperó, una de las primeras decisiones que tomó fue la de ejecutar a quienes habían ofrecido sus vidas a los dioses si el emperador recobraba la salud; y es que, por lo visto, había que asegurar que se pagaba la promesa, no fuese a ser que los dioses se ofendieran y cambiaran de opinión.

Otra bonita costumbre de este gran hombre era el deleitarse con la tortura y la ejecución de los que llegaba a percibir que no eran de fiar o de quienes interpretaba que no demostraban un respeto absoluto a su incuestionable forma de gobernar; así que los quitaba de en medio de manera preventiva por el bien de Roma; no era algo personal…

Al final, después de una trayectoria repleta de abusos y barbaridades, una conspiración de senadores y pretorianos lo dejó como un colador a puñaladas en un momento en el que su despiadada tiranía era ya insostenible. Eso sí…, al igual que Al Capone, Calígula siempre tuvo su conciencia tranquila, porque él entendía que su manera de actuar era la correcta respecto de sus superiores valores morales, por lo que cualquier intento de cuestionarlos era necesariamente un acto propio de traidores que había que eliminar.

Podría seguir hablando de muchos otros ejemplos sobre líderes o personajes inefables cuya manera de ganarse el respeto de las personas les llevó a comportamientos extremos; de esos que, ante cualquier oposición o crítica, no tienen ningún problema para perseguir, castigar o incluso asesinar a alguien simplemente por su manera de pensar; sobre todo si no se alinea con sus intereses, valores o creencias personales, las cuales siempre están por encima de los intereses, valores o creencias de los demás; por lo tanto, son capaces de exponer, hacia sí mismos y hacia los demás, un amplio rosario de justificaciones sobre su razonada y acertada decisión.

Han pasado siglos y esos comportamientos siniestros aún provocan escalofríos; pero siguen siendo tan humanos como tú o como yo.

En realidad, aunque esos personajes parezcan muy alejados de nosotros, la utilización de determinados razonamientos falaces para justificar nuestra manera de actuar con los demás está muy presente en todas partes y en todos los niveles sociales.

Estas cosas se pueden dar en muchos escenarios. Por supuesto, también se da en nuestro entorno laboral por parte de personas que creen tener derecho a ello simplemente por mantener una determinada posición en el organigrama de la organización, lo que supuestamente les otorga el derecho a que sus razones deban ser respetadas por el resto casi sin objeción alguna, bajo riesgo de ser penalizados o despedidos.

Después de muchos años observando estas cosas, me he dado cuenta de que la gente siempre exige respeto hacia sí, pero pocos son capaces de valorar con honestidad si ejercen ese mismo respeto hacia los demás. Además, da la sensación de que esa actitud tiende a generalizarse cada vez más.

En realidad, ese respeto que tanto exigimos solo puede ganarse (o perderse) a través de nuestro comportamiento. Por descontado, el respeto no se gana a través del ejercicio de la simple crítica hacia el comportamiento de otros; ni mucho menos escondiendo nuestros propios errores o negando nuestras áreas de mejora con un montón de justificaciones.

Si fuésemos capaces de ser honestos con nosotros mismos, nos daríamos cuenta de que andar juzgando siempre a los demás sin mirarnos antes al espejo es un esfuerzo inútil y muy arriesgado.

Hay que tener cuidado con no pasarse de la raya en estas cosas; la crítica hacia otros es peligrosa porque es una patada a su orgullo. Si la persona a la que se dirige no mantiene controlada la influencia que su ego tiene en su autoestima, seguramente le producirá resentimiento. Si produces resentimiento en la persona a quien criticas, no puedes esperar que ganes su respeto, mucho menos su simpatía y confianza hacia ti, a menos que el respeto pretendas ganar sea el de Al Capone o Caligula.

Somos humanos y tenemos tanto deseo de aprobación como miedo a la crítica; por eso hay que tener tacto a la hora de ejercerla, ya que ese resentimiento que produce puede traer consigo un efecto negativo si lo que intentas es construir buenas relaciones o equipos de confianza. Y no se trata únicamente de las consecuencias hacia ti con respecto a ese objetivo, sino también de las que sufre el propio criticado si percibe que hay un intento de ponerle en evidencia en lugar de tratar de corregir, para bien, algo que para ti es evidente que está mal.

De hecho, un crítica inoportuna o hiriente por un error cometido, incluso las supuestamente bien intencionadas, a menudo no persuaden a quien van dirigidas y su reacción es ponerse a la defensiva, pudiendo llegar culpar a otros (o a todos) de lo sucedido, o incluso llegar a verse a sí mismo como víctima de todos ellos.

Pero siendo sinceros, todos somos humanos y esa es una reacción bastante común. Nos resulta tremendamente fácil el sacar conclusiones sobre el comportamiento de los demás, pero tenemos grandes dificultades para hacer lo mismo con el nuestro.

Tales de Mileto fue un filósofo griego al que se le atribuye una frase muy adecuada para definir nuestra tendencia a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Él dijo que, como seres humanos que somos, «lo más difícil es llegar a conocernos a nosotros mismos y lo más fácil es hablar mal de los demás».

Nos cuesta mucho reflexionar sobre cómo actuamos y lo mucho que nos equivocamos. Tenemos como un velo en los ojos que nos impide reconocer nuestras faltas y defectos con claridad; sin embargo es asombrosa nuestra capacidad para verlas en otros, incluso sin conocerlos.

Lo cierto es que hay muchas personas que parecen necesitar el estar permanentemente valorando y corrigiendo la conducta de otros, pero no tienen la misma necesidad de intentar aplicarse eso a sí mismos. Se trata de una actitud que se ve mucho en los malos líderes; tal vez porque con ello tratan de compensar sus incapacidades a través de la mala educación en las formas. Qué gran error…, ya que las heridas que infringimos en la autoestima de los demás pueden llegar a no cicatrizar nunca y luego no hay posibilidad de redención, ya que probablemente esas personas no olvidarán jamás el daño sufrido.

Si quieres corregir eso y empezar a ganarte ese respeto y reconocimiento que tanto buscas, empieza por respetarte a ti mismo. Eso solo es posible a través del autoconocimiento, pero da mucha pereza ponerse a ello ¿verdad?. Esta sociedad actual parece estar más centrada en defender su ego individual a capa y espada que en ser consciente de sus propios defectos para poder corregirlos y mejorar.

Si quieres que nadie te respete, solo tienes que dedicarte a hacer críticas constantes a otros, tanto si los sujetos a quienes las diriges está presentes como si no. Verás como, por mucho que esas críticas sean justificadas, poco a poco te irás quedando solo y los únicos que permanecerán cerca de ti serán los que un día te darán una puñalada en la espalda, como hicieron los senadores y los pretorianos cuando asesinaron a Calígula. Así que…, no me seas Calígula.

Puedes hacer una prueba…, intenta aplicarte la norma de no hablar mal de nadie y de centrarte en todo lo bueno que sepas de las personas durante un tiempo. Verás que cuesta mucho acostumbrarse a hacerlo, ya que lo fácil para cualquiera es siempre criticar, censurar y quejarse de los demás sin mirarse a sí mismo al espejo.

Una vez más…,

…si tu objetivo es ganarte el respeto y elogio de otros, ser reconocido como una persona valiosa y a la que merece la pena escuchar y seguir, nunca vayas contra lo que es justo ni cierres los ojos ante algo que no es correcto, pero tampoco pretendas simplemente juzgar y criticar a los demás; antes de eso trata de comprender porqué hacen lo que hacen y  cuales fueron sus razones o las causas por las que actuaron de esa manera antes de sacar conclusiones.

Eso será mucho más provechoso y más interesante que la simple crítica; ya que de ahí surge no solo el respeto y elogio que buscas, sino también el verdadero desarrollo y el crecimiento de las personas.

Miguel Ángel Beltrán