Vayamos dejando atrás la mala suerte

Yo no creo en la mala suerte como si fuese algo predestinado, condicionado según se dispongan los planetas o según el color del gato con el que nos hemos cruzado en la calle.

En estas cosas soy bastante escéptico. Reconozco que he derramado algún paquete de sal más de una vez, pero no he sido capaz de apreciar un cambio significativo en mi vida por no haber lanzado un puñado de esa sal por encima de los hombros inmediatamente después.

Algún espejo se rompió accidentalmente, pero no supe ver las consecuencias de esta señal de mal augurio más allá de haber recibido alguna reprimenda o de tener que comprar otro para reemplazarlo.

También debo reconocer que no se me dan bien los rituales, más por falta de interés que por otra cosa. En relación con esto, no he necesitado dar besos debajo de una rama de muérdago para conservar al amor de mi vida; siempre he preferido ganarme ese premio procurando ser digno de ella cada día.

En alguna cena de fin de año tampoco comí todas las uvas siguiendo rigurosamente la tradición nacional de tragarlas, masticadas a ser posible, al ritmo de las 12 campanadas; unas veces por las risas de sentirme un poco ridículo al no dar abasto con tanta uva en la boca y otras veces por algún amago de atragantamiento, algo que puede fastidiarte la fiesta si se complica la cosa.

Añadiré a eso que han habido noches de fin de año en las que no me puse una prenda de color rojo; las ocasiones en las que lo hice fueron más bien para unirme a la tradición de los demás y así no dar la sensación de ser un soso. De todas formas, tal vez sea mejor pecar por exceso y seguir esa tradición, no vaya a ser que esté equivocado y resulte que el destino tenga predilección por ese color.

No recuerdo que ninguno de esos incidentes cambiara especialmente el ritmo de contratiempos habituales que han adornado mi vida, unos contratiempos que por otra parte estoy seguro de que no han sido ni más ni menos numerosos que los de la mayoría de personas.

Pese a haber fallado tantas veces a multitud de tradiciones pensadas para alejar la mala suerte y atraer la buena, he sido incapaz de percibir que mi tiempo se viera de algún modo perturbado para bien o para mal.

Vaya por delante que, pese a ese escepticismo, yo respeto las creencias en supersticiones; han estado presentes en infinidad de culturas y épocas por todo el mundo, y eso no puede ser por simple casualidad; tal vez exista algo oculto que provoque estas cosas, así que no irritemos a los duendes por si acaso existen.

Sin embargo tengo que ser sincero en esto…; creo que la buena y la mala suerte son percepciones que genera nuestro cerebro, y que esas percepciones pueden tener diferentes significados en función de múltiples situaciones.

Por ejemplo, te pueden tocar varios millones en la lotería y solucionarte la vida para siempre, pero podría ser que se abriera con ello la caja de los truenos en tus relaciones personales y acabar rompiéndolas también para siempre por roces, desconfianzas o inseguridades que nunca existieron con anterioridad.

O puedes tener la desgracia de perder un autobús que te iba a llevar a una entrevista importante de trabajo y sin embargo haber evitado con ello el ser víctima de un accidente de carretera que podría haberte amargado el resto de tu existencia o haber permitido que conocieras a alguien fundamental en tu vida mientras regresabas desolado a casa.

¿Cómo puedes interpretar entonces que las cosas que te pasan son por buena o por mala suerte?, tal vez esas cosas sucedan para que no te ocurran otras peores o por que las buenas están por llegar. ¿Quién puede asegurar que no sea así?.

A veces los golpes de buena suerte traen consigo consecuencias muy buenas para unos y no tan buenas para otros. Me imagino a los dinosaurios de hace 65 millones de años contemplando maravillados una brillante estrella fugaz en forma de asteroide de 10 kilometros de diámetro que cruza a toda velocidad el horizonte nocturno; el mismo asteroide que segundos después impactaría contra este planeta acabando con todos ellos y con el 70% de la vida animal y vegetal.

Esto se entendería como un terrible día de mala suerte para los dinosaurios, pero también resultó ser el mayor golpe de buena suerte para los seres humanos, ya que posiblemente no existiríamos de no haber sido por aquel evento catastrófico.

Tendemos a ser supersticiosos porque no controlamos lo que pasa en nuestras vidas, ya que estamos permanentemente atrapados entre dos interrogantes, como si nuestra existencia fuese una pregunta absurda que no tiene respuesta.

La ciencia dice que la suerte es, en realidad, una consecuencia que guarda relación con nuestras decisiones o con la manera que tenemos de resolver ciertas situaciones.

Esto me reafirma en mi creencia de que tener suerte, sea buena o mala, no va de algo predestinado o de una nube de energía positiva o negativa que se desplaza caprichosamente por nuestro entorno hasta que un día nos atrapa.

El sentirse una persona desafortunada no creo que sea el resultado de una broma cruel perpetrada por una bruja con mala leche que se dedica a hacer tropelías con una barita mágica o con agujas pinchadas en un muñeco de trapo, sino que es consecuencia, directa o indirecta, de nuestra forma de actuar antes y después de situaciones que nos vienen dadas por algo que llamamos azar.

Precisamente el azar es origen de muchas cosas y es la parte que tiene una explicación más difícil en todo esto; o si se prefiere, se trata del lado mágico del asunto, ya que es el causante de aquello que ocurre de manera fortuita, sin un motivo determinado o con una explicación plausible.

Aparentemente no hay una lógica ni un razonamiento para el azar; simplemente hace que las cosas suceden movidas por razones que se desconocen. Pero aún sin saber de donde viene ni qué fuerza oculta lo maneja, poca gente niega su existencia, ni siquiera la ciencia se atreve a hacerlo.

De hecho, en biología se considera que en cierto modo el azar es el origen de las mutaciones asociadas con la evolución de los seres vivos; y dado que somos resultado de esas mutaciones, también somos una consecuencia más del azar.

Las matemáticas tratan de acotar estas cosas a través de la estadística y del cálculo de probabilidades de que algo suceda; pero a menudo los resultados se alejan de lo esperado y entran en lo puramente impredecible.

Así que, por más vueltas que le de, sigo pensando que no hay en la Naturaleza de la que formamos parte algo que podamos describir como buena o mala suerte, al menos de la forma en que la entendemos la mayoría.

La suerte más bien parece ser el reflejo de un conjunto de variables que no podemos controlar en su totalidad, pero al menos podemos prepararnos en lo posible para afrontar mejor sus consecuencias.

Séneca decía algo así como que la suerte es el resultado de unir la oportunidad con la preparación. Lo que entiendo con esto es que si las situaciones se van presentado de forma aleatoria a través del azar, el modo en el que las manejemos cuando éstas lleguen determinará en gran manera cómo habremos de percibirlas.

Siguiendo esta idea, yo dejaría un poco de lado esa  obsesión por tener buena suerte; es mucho más interesante el aspirar a ser afortunado. Puede parecer lo mismo, pero no lo es y me explico…

Poco o nada podemos hacer con respecto al azar, ya que tal como decía antes, no hay una lógica ni un razonamiento en ello, simplemente es algo caprichoso que va por libre. Pero podemos hacer algunas cosas siguiendo lo que decía Séneca sobre el estar preparados y aprovechar las oportunidades que nos ofrece.

El llegar a ser afortunado tiene bastante que ver con la capacidad de una persona para sobrellevar los desafíos y adversidades que se presentan en la vida, más que en esperar a que los problemas y situaciones se solucionen por sí mismas con un golpe de fortuna.

Hay varios conceptos que nos pueden ayudar a desarrollar o a reforzar esa capacidad…, como la actitud positiva, la resiliencia, la salud física o el mantener una perspectiva equilibrada de las cosas. Y estoy convencido de que no hay nada mejor que una combinación de todas ellas para llegar a sentirse afortunado.

No digo que sea fácil, porque no lo es, pero de la misma manera que nos acostumbramos a hacer determinadas cosas cada día, si somos capaces de enfocar nuestro pensamiento y actitud en lo que va bien y en las cosas que podemos controlar en lugar de en lo contrario, conseguiremos mantener una mentalidad de superación suficientemente poderosa como para influir decisivamente en nuestra percepción sobre la buena o la mala suerte.

Le decía Don Quijote a Sancho que…

“No hay fortuna en el mundo, ni llegan las cosas buenas y malas que en él suceden, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura”.

Si quieres ser una persona venturosa puedes esperar tranquilamente a que la bendición del azar te llegue un día; pero si no puedes esperar tanto, puedes atraerla con tu esfuerzo y tu actitud, no hay otro camino mejor que ese.

Aquí finaliza este episodio de La Guarida de Lycon. Si te ha interesado te propongo que le des al botón de suscripción que encontrarás en este espacio, con ello recibirás un aviso del próximo que compartiré, en el que seguiré hablándote sobre tu desarrollo personal y profesional.

Hasta pronto

Miguel Á. Beltrán


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