Mantener los compromisos o cumplir lo prometido es algo de gran importancia, ya que no hacerlo supone perder tu credibilidad, y la credibilidad es un activo imprescindible para el desarrollo personal y profesional en todos los sentidos.
Si no respetas tus propios compromisos, cada vez que necesites apoyar tus argumentos con una promesa no te creerán, es así de simple… De hecho, las personas tendemos a construir nuestras relaciones sobre la base del compromiso; todas las situaciones en las que interactuamos con los demás tienen un poco o mucho de eso.
Prometer cosas que no puedes cumplir es una tendencia de nuestra sociedad; lo hacemos de forma consciente o inconsciente, pero lo hacemos, aunque sepamos que no debemos. Hay que limitar las promesas en lo posible, y en las pocas que hagamos debemos ser extremadamente prudentes; reflexionarlas a conciencia y apuntarlas en letra negrita en nuestras agendas para tenerlas presentes.
En un mundo que funciona tan deprisa, lo inesperado puede cambiarlo todo, incluso lo que pensábamos que era seguro. La vida nos enseña que lo único seguro es la muerte, lo demás fluctúa movido por fuerzas que están fuera de nuestro control. ¿Cómo vamos a prometer algo en esas circunstancias?
Pero lo cierto es que nos de vez en cuando. Y cuando no se cumplen, hay que reconocerlo abiertamente, sin excusas. Incluso pidiendo que se te libere de ella si has llegado a la conclusión de que será imposible cumplirla. Mejor hacer esto que quedar como una persona sin palabra.
Tener por costumbre cumplir los compromisos adquiridos es una manera de fortalecer nuestra imagen. Que te vean como una persona formal y fiable es una forma poderosa de influencia, de ahí la importancia de tener cuidado con lo que prometemos.
Si estás al frente de un equipo de personas de cuyo compromiso dependerá el desarrollo exitoso de un trabajo, cuando les expliques la importancia de hacer las cosas de una determinada cosa, su predisposición y confianza en sí mismos estarán directamente relacionados con el nivel de confianza que hayas construido en tu relación con ellos. Si la has cultivado esa fiabilidad en tu palabra, seguirán tus consejos sin dudarlo, incluso aunque ese consejo acabe por demostrarse fallido.
El contar con una imagen de persona formal y fiable, que cumple lo que promete o que al menos demuestra luchar por hacerlo y reconoce su error cuando no lo consigue, es una característica del verdadero liderazgo. Cuando los líderes cumplen sus promesas, demuestran su compromiso por el trabajo y por los demás, se aumenta la efectividad y con ello también la confianza de la organización en el equipo.
Hay muchas maneras de demostrar esa confianza como líder. Para empezar, se debe ser consistente y predecible, tanto en lo que haces como en lo que dices. Ser una persona impredecible, que nunca sabes por donde te va a venir, ya que un día te dice una cosa y al día siguiente la opuesta, no puede ser un buen líder por la sencilla razón de que no podrá conseguir algo absolutamente imprescindible; la confianza de las personas que lidera.
Si necesitas construir esa base, empieza por tratar de ser claro y transparente en tu forma de comunicarte con tu equipo, sobre todo cuando se trata de explicar lo que esperas de ellos.
Más que prometer lo que no puedes garantizar, es preferible practicar permanentemente la escucha activa. No permitas que las personas con las que te relacionas perciban la sensación de que no tomas en cuenta sus opiniones, sugerencias o preocupaciones. Valóralo siempre, ya que es una información fundamental para entender el contexto en el que te mueves, las decisiones que debes tomar en él y los compromisos que puedes adquirir o no.
Todo esto es lo que va a definir tu reputación profesional en tu equipo y también dentro de la organización. Si eres una persona que no cumple lo que dice, eso afecta a la moral y la cultura del equipo, pero sobre todo a tu propia imagen personal.
Tenemos muchos ejemplos de líderes que perdieron toda su reputación por promesas incumplidas. Uno de ellos fue Napoleón Bonaparte; una figura histórica europea que la perdió al incumplir sus promesas de libertad e igualdad, pero terminó actuando como un dictador ambicioso. Esa ambición le llevó a invadir varios países europeos, incluyendo Rusia, lo que debilitó sus fuerzas y le llevó a su derrota final.
De políticos, incluso bien intencionados, que acabaron destrozando su reputación por incumplir la palabra dada también tenemos muchos. Lo cierto es que, a veces, el hecho de que asumas una responsabilidad al frente de otras personas hace que también asumas unas expectativas implícitas que son asociadas a una situación concreta y que ni siquiera han sido reconocidas por quien se supone debe cumplirlas.
Por este motivo es tan importante la comunicación con las personas, definir cuáles son esas expectativas, concretar qué se quiere conseguir y de qué manera, ya que, si no se hace así, tarde o temprano empezarán los juicios de valor entre ellas, con lo que podrían llegar a conclusiones que acabe con la confianza sin que el líder haya prometido nada en realidad.
Se crean estas situaciones cuando esas expectativas las entendemos como asumidas y compartidas por otras personas, cuando en realidad están implícitamente asumidas en nuestras percepciones erróneas. Clarificar esas expectativas se convierte en algo prioritario para evitar esas situaciones.
Jimi Carter fue elegido presidente en 1976. La gente que lo votó lo hico sobre la base de unas grandes expectativas de resolver en su mandato grandes problemas sociales que afectaban al país en aquellos momentos. Unas expectativas que posiblemente se crearon a través de una determinada imagen pública proyectada en un contexto. No se trataba de promesas concretas, sino de expectativas implícitas sobre temas concretos; pero Carter si centró en resolver otros temas de carácter internacional, como el conflicto de Oriente Medio o las tensiones con la Unión Soviética. ¿Incumplió Carter sus compromisos?, en cierta forma sí, pero no porque no cumpliera con sus promesas, sino porque así fue interpretado por la gente.
¿Podría Carter haber dejado claras las expectativas reales con quienes le votaron?, ¿haberles dicho en campaña que pondría las prioridades geopolíticas por delante de las que afectan directamente a la gente?, probablemente no; porque en política no conviene ser excesivamente realista y pragmático, eso no da votos. Y esto es arriesgado en lo que se refiere la imagen de un líder confiable, además de ser una de las razones por las que los gobernantes no suelen tenerlo fácil para mantener una buena imagen pública por mucho tiempo.
Hace falta ser muy hábil, además de tener mucho valor, para clarificar sin ambigüedades las expectativas sobre ti mientras transmites una imagen de confianza que aún no te has ganado. Lo cierto es que siempre será mucho mejor ser honesto que aceptar esas expectativas siendo consciente de que fracasarás en aquello que los demás esperan de ti, ya que esto último no dejará de ser interpretado como un engaño que tarde o temprano pagarás con tu imagen personal y posiblemente con cualquier opción posterior de redención.
En el terreno del liderazgo la integridad personal es esencial por muchas razones. La principal es que los equipos confiarán únicamente en quien demuestre tenerla, ya que solo las personas integras son justas y honestas en el trato que ofrecen a los demás. Y si hay algo que se valora en el trabajo es un ambiente en el que la ética, la honestidad y la responsabilidad estén claramente presentes en el carácter de quienes lideran. Esto es algo que las organizaciones buscan constantemente, ya que la colaboración y la motivación en los equipos depende en gran parte de ello.
Sócrates dijo al respecto del liderazgo, la integridad y el compromiso que «La vida humana no se mide por los años que se vive sino por la sabiduría que se alcanza y por la integridad con la que se vive». En definitiva, no es solo cuestión de aspirar a una determinada responsabilidad, sino de llevar también una vida integra y ser un ejemplo para los demás.
Miguel Á. Beltrán
Imagen de jcomp en FreepikAbout The Author
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