5 de febrero de 2025
Natividad
EL FARO DE LYCON
EL FARO DE LYCON
82 - La primera Navidad: Una historia sobre humildad y esperanza.
Loading
/

Esta historia comienza en Nazaret, en la antigua provincia de Judea, una región de la actual Palestina que en aquellos momentos estaba bajo el dominio del poderoso Imperio Romano.

Hacía unos días que se había anunciado a la población un decreto del emperador César Augusto por el que se ordenaba la realización de un censo en todo el imperio, destinado a garantizar el control político y fiscal de los territorios.

La orden obligaba a los ciudadanos a registrarse en sus lugares de origen, lo que significaba para José y María, su esposa, recorrer casi 150 kms hacia el sur, hasta la localidad de Belén, ubicada en al actual Cisjordania y a unos 9 kms al Sur de Jerusalén. Este viaje suponía un enorme esfuerzo y riesgo en aquella época, el cual habrían de realizar obligatoriamente pese al avanzado embarazo de María.

Belén era una localidad ancestral conocida por ser el lugar de nacimiento del rey David, y por tanto, tenía una gran importancia histórica para los judíos, aunque solo se tratara por entonces de una pequeña y tranquila aldea de menos de 1000 habitantes. José había nacido también allí y pertenecía al linaje del rey David.

La ruta entre Nazaret y Belén estaba llena de caminos polvorientos y a menudo peligrosos, ya que atravesaba colinas pedregosas, el entorno era abrupto y muy seco, con largas travesías sin acceso al agua y sin ayuda en caso de necesidad. El transporte era incómodo y era difícil encontrar hospedajes disponibles. A esto había que añadirle que el clima podía resultar excesivamente caluroso por el día y con un frío penetrante en las noches.

Aunque José era un carpintero acostumbrado al trabajo físico y se supone que podría afrontar el camino con relativa facilidad, el estado en el que se encontraba María con su embarazo y probablemente con la dificultad de tener que viajar a lomos de un asno para evitar la fatiga extrema, suponía igualmente un esfuerzo enorme para ella y exigía hacer el recorrido más lentamente y con mucha más precaución.

Después de dos duras semanas de trayecto, José y María llegaron a Belén, donde debido a la llamada para el censo, el lugar se encontraba lleno de viajeros, lo que hacía aún más difícil encontrar donde alojarse.

José, probablemente agotado y preocupado por la condición de María, buscó refugio durante horas sin éxito. La sociedad judía de entonces valoraba la hospitalidad y cualquier rechazo a dar alojamiento al viajero podría ser muy mal visto, sin embargo, la saturación de la localidad durante aquellos días complicaba mucho las cosas.

Afortunadamente, un lugareño, ante la desesperación de José, le ofreció el único lugar que tenía disponible. Sería en un espacio rudimentario y muy modesto de su establo, pero al menos estaba limpio y seco, lo que les proporcionó techo y algo de intimidad para poder descansar con tranquilidad.

Horas después, entre el calor que les aportaba el heno y la presencia de los animales en aquel establo, María dio a luz y el llanto del niño fue el inicio de una gran historia que ha sido la guía espiritual de millones de personas durante más de 2000 años.

Mientras tanto y no muy lejos de allí, en las colinas que rodeaban la aldea, un grupo de pastores vigilaba sus ovejas mientras conversaban alrededor de una hoguera que les hacía más soportable el frío de la noche. Debatían sobre el reparto de los pastos y la sequía por la que atravesaba la zona desde hacía un año.

Su tertulia se vio interrumpida por la presencia de una figura que surgió repentinamente desde la oscuridad. Su indumentaria era extraña y no parecía del lugar, era una persona alta, de aspecto bondadoso y con un rostro que parecía resplandecer.

Aquella figura se dirigió a los pastores para transmitirles un mensaje. “No temáis; os traigo buenas nuevas de gran alegría”; “hoy ha nacido en la ciudad de David un Salvador”. Los pastores no sabían cómo reaccionar; por un momento se sintieron asustados e incrédulos, pero inmediatamente después, una mezcla de curiosidad y de una especie de esperanza los empujó a dirigirse hacia Belén para comprobar si era cierto y para tratar de entender el significado de aquel mensaje.

Los pastores caminaban apresuradamente hacia el pueblo sin tener una idea clara de donde buscar, aunque aquella extraña persona les había indicado que lo encontrarían en el lugar más humilde de todos.

La silueta del pueblo y de sus calles se dibujaba en el horizonte con una tenue iluminación azulada bajo un impresionante cielo estrellado, con las montañas de Judea al fondo y un frío intenso que lo envolvía todo.

El último tramo del camino antes de llegar a la entrada de la aldea se abría paso a través de una pendiente suave, rodeada de olivos y viñedos. Al final de esa pendiente, a unos 300 metros antes de la entrada principal de Belén, había un arroyo conocido como Elia. Justo al llegar a ese punto, el aire parecía saturarse de olores intensos a tierra húmeda, hiervas frescas y flores silvestres.

Los pastores cruzaron el arroyo y cuando se disponían a subir la pendiente hasta las primeras casas, se sobresaltaron al encontrarse nuevamente con aquel extraño que les había contado lo del nacimiento. ¿Cómo había podido llegar allí antes que ellos?.

Seguid unos pasos más adelante, les dijo, encontraréis un cobertizo y la entrada a un establo, una rama de olivo en la puerta será la señal, acudid sin miedo.

Al llegar allí, los pastores entraron tímidamente en el establo, sus rostros estaban iluminados por la luz de aquella extraña noche estrellada y sus ojos brillaban de curiosidad. Allí fueron testigos de la tierna imagen de una madre dando el pecho a un recién nacido.

Sin poder salir de su asombro, no supieron reaccionar de otra manera que mostrando un respetuoso y largo silencio mientras percibían algo extraordinario que no podían comprender ni explicar.

Unos meses antes, en la lejana Persia, tres sabios astrónomos iniciaban un largo viaje para observar y estudiar el tránsito de un brillante cometa que había aparecido en el cielo y comprobar la veracidad de unos antiguos escritos que la describían como el anuncio del nacimiento de un rey que cambiaría el destino del mundo.

El cometa mantenía una trayectoria muy clara hacia el Oeste, por este motivo tuvieron que cruzar el desierto de Sham para dirigirse lo más rápidamente posible en dirección a Judea, en un duro viaje de 1000 kilómetros de terrenos pedregosos e inhóspitos.

Al llegar a Jerusalén, contactaron con las autoridades para obtener los salvoconductos necesarios que les permitieran recorrer sin problemas el territorio, pero con ello despertaron el interés de Herodes el Grande, Gobernador de Judea nombrado por los romanos, que también estaba al corriente de la profecía y de la señal presente en el cielo.

Herodes los convocó a su palacio con el objetivo de interrogarlos, después les hizo prometer que regresarían a informarle cuando encontraran al Niño, ya que así él también podría adorarlo, según afirmaba, aunque su intención era en realidad eliminar cualquier posibilidad de que se pusiera en riesgo su poder.

Los magos intuyeron las verdaderas intenciones de Herodes y marcharon de inmediato para seguir su camino. Con la intención de evitar a posibles espías que pudieran seguirles, desviaron su ruta unos kilómetros hacia el sur, en dirección a Belén, la cuna del rey David, y así continuar el seguimiento del cometa desde allí.

Llegaron bien entrada la noche; el pueblo parecía resplandecer desde lejos, como iluminado por la luz de las estrellas. La entrada en Belén de los magos, que vestían espectaculares atuendos y montaban bellos caballos, no pasó desapercibida para las gentes del lugar.

Muchas personas se dirigían hacia el establo para conocer al niño nacido allí, algo que llamó la atención de inmediato a los sabios ancianos, que pidieron ser llevados al lugar donde se encontraba. Al llegar, vieron a una mujer joven que no apartaba la mirada de un niño de apenas unos días de edad.

Estaba dormido y yacía tranquilo sobre en un lecho de madera hueco y con forma alargada, de los que se utilizaban entonces para que los animales pudieran acceder más fácilmente al heno. Estaba relleno con una mezcla de tallos y hiervas que, a modo de colchón, proporcionaba una base mullida y seca. María tenía cubierto aquel relleno con unas sábanas de cuna que Isabel, su madre, le había bordado expresamente para el viaje.

La atmósfera del lugar era extraña y sobrecogedora a la vez, pese a su extrema sencillez y humildad. En la puerta, los pastores, que aún permanecían allí desde que aquel extraño les abordó en las colinas, miraban absortos la escena, ahora con la llegada de aquellos viajeros de aspecto tan imponente.

Con una mezcla de expectación y asombro, los magos entraron y se acercaron a contemplar lo que de inmediato interpretaron como aquello que habían estado buscando durante su larga travesía. Los tres hombres sabios no tenían dudas, consideraron al niño como un símbolo de realeza y procedieron a venerarlo como tal, ofreciéndole unos regalos dignos de ello.

El primero fue Melchor; un hombre de aspecto noble y apacible. Rondaba los 70 años y vestía ropajes de seda dorada. Tenía una gran barba de pero rojizo muy llamativa. Melchor parecía liderar el grupo y fue el primero en dar un paso al frente.

Tras una reverencia respetuosa, depositó al pie del lecho un cofre decorado con una imagen en relieve de una estrella de ocho puntas, rodeada por motivos florales cuidadosamente tallados y embellecidos con zafiros.

Con una voz grave que resonaba por todo el cobertizo dijo…Te entrego este oro, símbolo de tu realeza. Reconozco en ti al Rey de todos los reyes, a Aquel que gobernará con justicia y amor. Que este humilde presente sea digno de tu grandeza.

A continuación se acercó el mago Gaspar, un hombre alto, de unos 60 años, y con voluminosa melena blanca. Llevaba un gran pendiente de plata con forma de aro en la oreja derecha y vestía una larga túnica de color azul turquesa. Su presente era un cofre adornado con gemas de colores intensos, entre las que habían aguamarinas y tanzanitas. El cofre contenía incienso, y Gaspar lo ofreció como evocación a la divinidad del recién nacido y a su destino sagrado como redentor.

Baltasar era el tercer sabio y el más joven de los tres. Su aspecto tenía más parecido al de un guerrero que al de un mago. Era un hombre corpulento, de piel oscura. Procedía de un reino cercano a la India. Años atrás había emprendido un largo viaje para adquirir sabiduría de otras culturas, sobre todo en la lejana Mesopotamia, que por entonces estaba bajo el dominio del imperio Parto, cuyo rey era Artabano II. Allí estudió astrología con los mejores conocedores de la época.

Su presente al nacido fue un cobre de plata con forma cilíndrica; estaba ricamente adornado con imágenes en oro que representaban al sol, la luna y las estrellas. Su contenido era mirra, una valiosa resina aromática con propiedades curativas que también era utilizada para el embalsamamiento. Con profundo respeto dijo: Entrego esta mirra como símbolo de la humanidad del nuevo salvador que llenará de esperanza a los pueblos.

Los tres magos se pusieron entonces en pie y tras una última reverencia, emprendieron el regreso, satisfechos por haber completado el viaje. Poco después, la estrella se perdió en el horizonte.

Esa misma noche, José tuvo un sueño en el que se le avisaba de un peligro inminente. Una luz le dijo a José que debía huir a Egipto con María y el Niño, ya que el rey Herodes buscaba a este para matarlo.

El sueño despertó sobresaltado a José, quien con la convicción de que fue real, emprendió esa misma noche el viaje con su familia hacia Egipto, algo que permitió que el niño estuviera a salvo.

Herodes, al saber que había sido burlado por los Magos, había ordenado la matanza de todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores, en un intento desesperado por eliminar al supuesto «Rey de los Judíos» anunciado por la profecía, y antes de que la noticia corriera entre la población. Ese evento es conocido hoy con el Dia de los Santos Inocentes.

La estancia de la Sagrada Familia en Egipto duró hasta la muerte de Herodes el Grande. Después de su muerte, otro sueño anunció a José que ya era seguro regresar a la tierra de Israel adonde se dirigieron para establecerse en Nazaret. Allí, el niño, a quien pusieron el nombre de Jesús, creció y se convirtió en el eje central de lo que se conoció después como cristianismo y en una de las figuras éticas, morales y espirituales más influyentes en la historia de la humanidad.

Pero esa es ya otra historia que merece ser contada otro día…


Descubre más desde EL FARO DE LYCON

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario