Fortalece tu mentalidad a través del estoicismo

En este nuevo episodio quiero hablarte de mentalidad y de actitud, dos aspectos que debes tener revisados y fortalecidos antes de iniciar cualquier proyecto de desarrollo personal.

Esto es muy importante, ya que el planificar un objetivo como ese no solo consiste en trazar una ruta a seguir, también es importante contar con una mentalidad adecuada. Para garantizar eso hay un trabajo previo que tendrás que hacer, como quien lleva el coche al taller antes de iniciar un largo viaje.

Es estas cuestiones se hace muy necesario tener un buen conocimiento sobre nosotros mismos. Es importante analiza con sinceridad nuestra forma de ser y de comportarnos para comprender cómo la percepción que tenemos de lo que nos rodea condiciona nuestra actitud. Y es que actitud positiva vas a necesitar y mucha…

Mirarse con honestidad ante el espejo para tratar de entender qué es lo que te empuja hacia la necesidad de mejorar es un buen ejercicio para empezar. El simple hecho de que pretendas iniciar ese camino es señal de que sientes que algo no funciona como debería y que empiezas a ser consciente de que debes corregirlo.

De entrada, cualquiera que diga que no tiene zonas oscuras en su personalidad o que no ha actuado en alguna ocasión al borde de lo aceptable con otras personas, o simplemente ante las circunstancias que se ponen delante, lo más probable es que mienta. No nos engañemos, lo que en buena parte condiciona el comportamiento de alguien en su relación con el entorno son sus valores éticos y morales. Si tu comportamiento no es el correcto, o al menos así se perciben los demás, seguramente tendrás que empezar cuanto antes a revisarlos para ver qué se debe cambiar antes de dar cualquier otro paso.

Las personas tendemos a mentirnos a nosotros mismos y a los demás cuando se trata de hablar abiertamente de las cosas que nos dejan mal ante otros; en esto, el ego suele ganar casi siempre. Precisamente es el ego lo que suele fastidiarlo todo, porque nos hace estar dispuestos a saltarnos esos valores a los que me refería con tal de no perjudicarlo. Nuestro primer impulso es pensar que es mucho mejor correr un tupido velo y esconder en algún rincón inaccesible cualquier cosa que ponga en evidencia nuestras debilidades, como las frustraciones o los fracasos acumulados.

Lo cierto es que, con el paso del tiempo, te vas dando cuenta de que todas esas experiencias que nos han marcado negativamente en el pasado, incluso aquellas que aún hoy escuecen, tienden a convertirse en una carga que nos va arrastrando hacia el fango y deteriorando nuestra forma de ser, a menos que consigas dejarlas atrás definitivamente. Lo triste de esto es que todos sabemos que deberíamos tratar de hacerlo, aunque sea agarrándonos a cualquier cosa que nos sirva de salvavidas, pero muchas veces no tenemos ni idea de cómo.

Un planteamiento podría ser el no pensar en los fracasos y decepciones del pasado y enfocarnos en lo positivo que pueda llegar en el futuro. Pero tampoco es que esa solución sea la panacea…

Decía Séneca que:

“La mente que se preocupa por los acontecimientos futuros es infeliz en el presente”.

En este sentido conozco a muchos, entre los que me incluyo, que durante muchos años se han preocupado en exceso por la infelicidad sufrida en el pasado, lo que ha llevado a emplear muchas energías buscando alguna forma de resolver sus consecuencias en el presente. La razón esgrimida para justificar esa obsesión es que así se puede evitar que vuelvan a ocurrir en el futuro; una manera estúpida de perder el tiempo.

Está claro que cada individuo tiene su propia forma de manejar los traumas y de protegerse de sus consecuencias, pero a menudo la superación de esto está condicionada por el autocontrol que tengas de las emociones; algo que no tienes desarrollado cuando eres un niño o un adolescente, por lo que en esos periodos estás a merced del entorno y de sus maldades.

Cuando llegamos a la etapa adulta y tenemos que ir superando barreras y limitaciones, nos encontramos con la necesidad de reparar los desperfectos causados en nuestra personalidad durante la transición hacia la madurez, para así poder enfrentarnos en mejores condiciones a los desafíos que habremos de afrontar a partir de ahí, pero la inseguridad hace que mantengamos la armadura protectora puesta, con el armario de los traumas escondido en lo más profundo de nuestra memoria, para que no salgan a fastidiarnos el día y amargarnos nuevamente la existencia.

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Estas cosas siempre han pasado, lo de la autoestima dañada o la actitud negativa no son algo que esté relacionado en exclusiva con las particularidades que definen la sociedad moderna; a ver si vamos a pensar que las generaciones anteriores no sufrían esas mismas situaciones.

El luchar para superar las dificultades forma parte de nuestra propia existencia; la vida es como un maratón de obstáculos desde que el mismo momento en el que el óvulo es fecundado, y desde ese instante estamos obligados a adquirir cuanta más fortaleza y habilidades mejor para poder sortearlos. Es algo inevitable, pero siempre será más fácil sin mantenemos una actitud positiva en esa lucha.

Los grandes pensadores de cada época ya discernían sobre la necesidad de moldear nuestra conducta y prepararla para superar miedos y afrontar la vida con más optimismo y esperanza.

Como respuesta a ese pensamiento, durante el siglo I d.C. se popularizó entre los ciudadanos del imperio romano algo llamado “estoicismo”; una filosofía que en realidad tuvo su origen en Grecia. Su escuela fue iniciada por Zenón de Citio en Atenas a principios del siglo III a. C.

El estoicismo proponía algo así como que la felicidad y la paz interior dependen principalmente del control que tengamos sobre nuestras acciones y emociones, no tanto de las circunstancias que nos rodean y de los efectos que estas puedan tener en nuestro estado de ánimo.

En lugar de gastar energías inútilmente en lo que no se puede controlar ni cambiar, el estoicismo plantea fortalecer la virtud como único bien en las personas. Además, sostenía que ciertas emociones destructivas son el resultado de errores de juicio sobre lo que acontece en el entorno y las personas deben desarrollar capacidades que les permitan evitarlos.

Los estoicos creían que la fortaleza de espíritu tiene mucho que ver con el control del pensamiento sobre los eventos que suceden. Avanzar hacia la felicidad y la sabiduría requiere aceptar el momento tal como se presenta, sin dejarse dominar por el deseo de placer, la recompensa inmediata o el miedo al dolor. En otras palabras, el pensamiento estoico trata de comprender los acontecimientos de la vida y aceptarlos tal como son.

En lugar de obsesionarse con acomodar el mundo a su forma de pensar, como el músico que se empeña en arrastra el piano hacia sí en lugar de arrimar la butaca, los que defendían las ideas del estoicismo planteaban que lo verdaderamente importante es cultivar virtudes como la sabiduría, la justicia, la templanza o la fortaleza ética y moral, ya que ese era el verdadero camino para alcanzar la felicidad y la excelencia.

En resumen, el estoicismo busca la serenidad, la virtud y la aceptación de la realidad tal como es, sin dejarse llevar por las pasiones o las circunstancias externas.

En los tiempos que corren seguro que habrá muchas cabezas huecas que verán ese pensamiento como algo anticuado y cursi. De hecho, percibir templanza o valores éticos y morales resulta cada vez más difícil en una población demasiado pendiente de sí misma y de su visión particular de las cosas, la cual se empeña en defender por encima de todo, incluso por encima de la verdad.

En la actualidad, el estoicismo moderno ha adaptado los viejos principios iniciales a la sociedad actual. Mientras que el estoicismo antiguo abordaba temas más amplios, el moderno se enfoca en la serenidad y la transformación personal; se dirige hacia el bienestar personal y la autorrealización, ofreciendo modos de enfrentar los desafíos de la vida cotidiana en el siglo XXI

Y a mi me parece muy interesante ese enfoque como el salvavidas al que agarrarse del que hablaba al principio, ya que en lugar de dirigir esfuerzos en desarrollar la virtud, la serenidad o la autorrealización, las personas nos dedicamos a gastar una energía enorme tratando de cambiar las ideas de los demás en lugar de en tratar de comprender y mejorar las nuestras.

No hay nada más que ver las redes sociales y los debates y comportamientos de todo tipo que allí se destilan; o el modo de conducirse que tienen nuestros representantes políticos o nosotros mismos en nuestras relaciones con los demás, para entender lo confundida que parece estar esta sociedad. Da la sensación de que, sin darnos cuenta, nos dejamos arrastrar por una corriente de estupidez que no llevan a ninguna parte, salvo a la propia decadencia.

Es sorprendente lo fácil que resulta hoy en día el quedar atrapado en debates sobre cuestiones, trascendentes o no, que están fuera de nuestro control o de nuestro propio entendimiento. Es como si la sociedad fuese víctima de alguna droga idiotizante que lo único que activa es la parte oscura de la personalidad, como el rencor, el ego o la intolerancia.

Sutilmente o no, se impone en las cabezas la idea de que se deben aceptar nuestras razones por encima de las razones de los demás, cuando la verdad es que no nada hay de constructivo en querer imponer un criterio por la fuerza de un argumento sesgado o de la defensa acérrima del tópico ideológico interesado. Ese comportamiento está presente por todas partes, convirtiendo a la humanidad en una masa aborregada sin capacidad de discernir por sí misma.

La verdad es que a las personas nos cuesta un poco darnos cuenta de lo mucho que nos condicionan los factores ambientales y lo expuestos que estamos a ser condicionados por ellos; no me estoy refiriendo a los biológicos, sino al conjunto de elementos entre los que nos movemos y que representan esa corriente que determina nuestra actitud hacia los demás, principalmente por cómo los percibimos, pero también por nuestro empeño en tratar de moldearlos desde una particular escala de valores que posiblemente ni siquiera es la nuestra, sin tener en cuenta que puede estar distorsionada en beneficio de otros intereses y nunca nos ha dado por hacer un análisis honesto sobre ello.

La dinámica de esta sociedad nos empuja a entrar en juicios de valor sobre cuestiones que somos incapaces de comprender, sean personas, ideas o circunstancias. Y así nos va…

Epicteto fue un filósofo estoico griego que sirvió como esclavo en Roma durante buena parte de su vida. Él decía a sus discípulos:

“No nos daña nada que no provenga de nosotros mismos, lo que nos afecta es la interpretación que le damos a las cosas, a las personas y a sus actitudes”.

En otras palabras, malgastamos el tiempo cuando nos obsesionamos en juzgar lo que hacen o dicen los demás en lugar de en tratar de entenderlo”.

Este modo de pensar lo podríamos aplicar en la interpretación de nuestra propia forma de ver las cosas y el modo en el que se ha moldeado nuestra personalidad y carácter. Va a ser cierto eso de que una buena forma de madurar es acostumbrarnos a dar un paso hacia atrás para tener una visión más amplia de lo que tenemos frente a nosotros antes de sacar conclusiones y tomar una posición sobre ello.

Aplicando todo esto a nuestro objetivo de desarrollo personal o profesional, me pregunto de qué sirve hablar de ética, de valores morales, de actitud positiva o de empatía si las personas no son conscientes o simplemente no quiere reconocer hasta qué punto están faltos de todo ello. Para avanzar en cualquier objetivo de crecimiento y mejora personal lo primero debería ser el tener claro estos conceptos y aplicarlos en nosotros mismos, ya que sin ellos no iremos a ninguna parte.

A esto se le llama autoconocimiento o la capacidad de comprender y aceptar quienes somos; es la única forma de saber cuáles son nuestras fortalezas, debilidades, valores y creencias verdaderas, no las que tratamos de dar a entender o las que nos dicen los demás que tenemos.

Teniendo esto claro, podremos identificar las áreas en las que necesitamos mejorar, seremos capaces de tomar mejores decisiones y actuar de forma coherente con nuestro objetivo de mejorar como personas.

Por lo tanto, si te propones iniciar ese camino mejor será que te asegures de conocerte bien a ti mismo antes de dar el siguiente paso. Si no tienes claro cómo hacerlo, te puedo dar algunas pistas para que comiences a planificar la ruta:

La primera de todas es tener muy claro lo que pretendes conseguir en realidad. A menudo las personas no sabemos hacia dónde queremos avanzar, lo que hace difícil crear un plan realmente eficaz. Si quieres mejorar en algo, primero tienes que saber qué es lo que necesitas mejorar exactamente.

Otra cosa para tener en cuenta es la resistencia natural al cambio. Te parecerá contradictorio que alguien que quiere iniciar un camino de mejora puede presentar resistencia a esa misma intención, como si hubiera una lucha interna entre nuestro yo vago y nuestro yo inquieto. Pero lo cierto es que es habitual que pase; pocos se libran de ello.

Hay muchas personas que temen cualquier cambio, aunque eso suponga una mejora personal, porque se sienten muy cómodas en su zona de confort, ahí calentitos, sin que nada ni nadie les moleste y alejados de cualquier riesgo. Eso es una gran limitación para cualquiera que pretenda llegar a alguna parte, ya que no hay ningún objetivo a alcanzar en el que no se deba asumir el riesgo a perder algo, aunque sea la comodidad del sillón y del mando a distancia. Hay que luchar contra esa resistencia, que sin duda se presentará.

Luego están las limitaciones de tiempo y de los recursos. Para avanzar hacia una meta hace falta invertir una gran cantidad de ambas cosas, eso es inevitable. Cuando empiezas algo es habitual el pensar que no tienes suficientes recursos y puede que sea cierto… por eso es tan importante trabajar en una planificación realista de los pasos a dar y del esfuerzo a emplear.

Tampoco podemos olvidar la motivación y el compromiso. Cualquier cambio en nuestra dinámica de vida requiere un alto nivel de ambas cosas y no todo el mundo es capaz de mantenerlas por mucho tiempo. Si quieres algún ejemplo, tienes algunos destacados entre deportistas de éxito que han sabido encontrar la manera de alimentar su motivación de manera permanente para mantener un alto nivel en lo que hacen. No esperes que te motiven los demás, esta parte es cosa tuya.

Y cuidado con nuestros hábitos y creencias negativas, ya que pueden ser limitantes y afectar tanto a ese nivel de motivación como a la iniciativa. Todos podemos tener ciertas actitudes o formas de pensar que absorben energía y tiempo o que nos impiden crecer y mejorar, como la procrastinación o el derrotismo. Sobre estos temas puedes escuchar varios contenidos en La Noche de Lycon, como los episodios 50 y 60, donde te hablo más en detalle sobre ello.

Y finalmente, otros dos factores de influencia son la educación y el entorno. Obviamente no todo el mundo ha recibido el mismo nivel de educación ni ha vivido en las mismas condiciones. La mayoría de las personas hemos tenido que lidiar con alguna o con muchas situaciones limitantes. Esta carrera nunca tiene las mismas reglas para todo el mundo; hay quien la inicia con más ventaja que otros.

En este juego del desarrollo personal cada persona avanza a su propio ritmo, pero esto no tiene que importar demasiado. Aquí no existe una meta final como tal, ya que el objetivo a alcanzar es la mejora constante de nosotros mismos y no el llegar antes que los demás. No hay premio para para el que llegue primero, el ir creciendo es el premio.

Hasta aquí el episodio de hoy, espero que te haya resultado interesante. Si es así, te invito a suscribirte a LA NOCHE DE LYCON. No te pierdas el próximo episodio que muy pronto compartiré contigo.

Hasta pronto.

Miguel Ángel Beltrán